Carlos Torres Rotondo
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Entre 1966 y 1968 se reunían casi todos los domingos a las 8:00 de la mañana en la casa de su primera guitarra Walter Paz, ubicada en La Florida, una urbanización del antiguo distrito del Rímac... El Loco Alex y otros patas que los ayudaban como plomos cargaban sus instrumentos en la cúster para dirigirse a muchas de las 20 matinales que ese día se celebraban en los cines de Lima: las programaban a las 9 de la mañana para que, siendo consecuentes con la hora peruana, empezaran a las 10: 30; tenían como auspiciador más importante a la bebida gaseosa Kola Inglesa, que ponía cerca de 30 cajas en el puesto donde las madres del colegio organizador también vendían papa rellena, butifarras y sánguches mixtos; mientras tanto, los chicos repartían tarjetas de invitación para recaudar fondos para sus fiestas de promoción... A veces ya habían puesto la película con Frankie Avalon o con Elvis pero ellos llegaban en la oscuridad e iban colocando sus instrumentos: el público los reconocía y gritaba su nombre, los organizadores ya no podían retroceder y ellos les decían que no podían detenerse, que tenían otros contratos que cumplir, que cobraban 1200 soles por matinal y que no había matinal sin ellos y entonces paraban la película y ellos empezaban a tocar: y así, normal, bien tizas, uniformados con sus ternos escoceses a cuadraditos y pantalones campana empezaban a arremeter con una furia que impresionaba a la audiencia, que sabía que tocarían sólo tres temas y uno de regalo, normalmente de los últimos singles que MAG, su casa discográfica, había sacado a la venta días atrás... Pablo Luna, el vocalista, era un zambo pelirrojo de Ancón con apariencia mod: su performance era la convulsión y la pasión retorciéndose que sólo alcanzan los cantantes de soul, pero en versión peruana y destroyer: siempre rompía bombas de neón, fluorescentes, tachos de luz y micrófonos: chancaba todo lo que se encontrara en su camino y los pisaba por pura rabia: el ritmo lo conectaba epilépticamente con el recinto, con el cosmos... Walter Paz sólo tenía un fuzztone marca Shaller pero distorsionaba aún más agarrando su guitarra contra el amplificador, creando feedback por instinto... Su público más entregado estaba conformado por clanes de hippies criollos que se reunían a través de programas de radio: los York's tenían cinco shows en varias emisoras, y los fans mandaban cartas y ellos iban al estudio y luego se reconocían cuando se encontraban entre concierto y concierto en esta ciudad pequeña que era su Lima particular... Y la relación con el público era siempre efervescente, como si las ondas de la revolución ácida de Ken Kesey y Timothy Leary hubieran llegado a sus botellas de Kola Inglesa, ya que en ese entonces todavía no tomaban drogas: eran frenéticos relativamente sanos... Apenas acababan de tocar, la audiencia se subía al escenario; cierta vez en el cine Excelsior, al final del set, un chico se cortó la las venas de casualidad, y la nota de esta gente empezó a ser sacarse sangre y empezar a mancharse todos de rojo eufórico atacados por el ritmo enfermedad... Y luego del caos, el silencio, y ellos desenchufaban sus guitarras rápidamente mientras ponían de nuevo la película, y los organizadores que habían estado rezando entre bambalinas para que no rompieran nada se les acercaban y les preguntaban ¿cómo es?, ¿qué hacemos con sus destrozos? Y ellos decían que no iban a pagar nada, que para qué los contrataban si ya sabían lo que iba a pasar, que mejor no los contrataran para la próxima, que no iban a pagar nada, que les pagaran a ellos por su espectáculo... Y luego se dirigían a otro cine a hacer de nuevo su show, siempre con pequeñas variaciones, porque nunca tocaban una canción de la misma manera y lo natural era que se perdieran en las ondas de rebelión que el planeta tierra generaba aquellos años... Las matinales acababan a las 2:30 de la tarde, cuando se desalojaba el local y se lo limpiaba para la función de matiné... Entonces, en la tarde, cada uno se iba por su lado a chupar o a descansar, pero volvían a reunirse en la noche en la esquina del teatro Marsano en Miraflores, ya que ahí había una pollería que también era un bar, y llegaban periodistas, como la gente que mandaba Guido Monteverde y todos le decían a Pablo Luna: negro, has cantado bestial... Pero luego de los halagos y las entrevistas de rigor todos se iban a dormir, porque los ensayos eran de lunes a viernes de nueve de la mañana a una de la tarde en casa de Walter, y los sábados se presentaban al mediodía en Canal 4 para participar en el show de Elena Cortez y luego, otra vez, a reunirse los domingos a las 8 para empezar de nuevo el circuito de matinales...
Este artículo fue publicado en el excelente blog http://rockperuanorollos.blogspot.com ¡gracias Heduardo!
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